los desastres después del huracán
Este artículo en español es una traducción de un video en inglés que hice para la exhibición "Picking Up The Pieces" en NYC, organizada por el artista Adrián Román (ig: @viajero / web: viajeroart.com).
El huracán cobró más de 3,000 vidas puertorriqueñas y causó más de $20 millones en daños a una isla que ya estaba empobrecida. Destruyó casas, siembras e infraestructura. Reinaba el hambre y la desesperación. Era la peor catástrofe que Puerto Rico había sufrido, o por lo menos la peor en más de un siglo, pero, la distribución de fondos de recuperación fue lenta.
Políticamente, lo que vino después del huracán fue otro desastre más. Miles se lanzaron a las calles en protesta. Sin embargo, velando por sus propios intereses, las clases sociales más altas influenciaron el manejo y la distribución de los fondos. Alegaban que la población era vaga, y que si el dinero era “regalado”, nadie trabajaría. Los oficiales estaodunidenses, por su parte, decían que el desastre era culpa del gobierno que estaba en quiebra, que era corrupto e incompetente. A la misma vez, los políticos en Estados Unidos utilizaron la crisis para beneficiar su propia imagen pública, haciendo todo un “show” de sus esfuerzos altruistas. Predicaban discursos que básicamente se podrían reducir a la Carga del Hombre Blanco.
Puerto Rico ya estaba sumergido en una recesión económica. Los estadounidenses adinerados ya estaban acaparando las tierras y las industrias desde antes de que pasara el huracán. El desastre natural agravó la situación. Como respuesta a las reducciones de salarios, las personas se rehusaban a trabajar. No aceptarían tal explotación. Muchos emigraron de la isla a los Estados Unidos.
Esta es la historia de San Ciriaco, un huracán categoría 4 con vientos que alcanzaron hasta 140 mph, que azotó la isla el 8 de agosto de 1899. Entró por Arroyo a las 8am y salió por Aguadilla a las 2pm. El ojo del huracán tardó 6 horas en cruzar la isla, pero los aguaceros duraron más de 24 horas. En Ponce murieron más de 500 personas por las inundaciones. Allí protestas provocaron que el alcalde fuera removido de su cargo. Solo había pasado un año desde que Estados Unidos invadió a Puerto Rico, y la relación política entre ambos todavía no se había definido.
Se formaron unos grandes debates cuando surgió la pregunta de cómo proveer alivio a Puerto Rico. Algunos pensaron que debía extenderse la ayuda a todos, ya que sería muy difícil documentar y calcular las pérdidas. Los que asumieron esta postura, argumentaron que para los terratenientes acaudalados sería fácil solicitar los fondos de recuperación, pero para las personas que vivían en pobreza no sería tan simple. Otros, opinaban que solo quienes se afectaron directamente por la tormenta deberían recibir fondos. Si no, solo estarían promoviendo la vagancia.
El General George W. Davis, el gobernador de Puerto Rico en aquel entonces, le suplió raciones militares a las personas que perdieron sus casas, pero el Congreso de los Estados Unidos se rehusó a asignar dinero a la isla. De Washington D.C., la isla solo recibiría $200,000. Aparte de eso, el gobierno estadounidense lanzó una inmensa campaña para recibir donaciones privadas. Empresas, ciudadanos y organizaciones de voluntarios alrededor de los Estados Unidos aportaron. Los medios estadounidenses se aprovecharon de los esfuerzos de recuperación para pintar el expansionismo de su país como uno sano y humanitario, a la misma vez que llevaban una guerra sangrienta en contra de insurgentes en las Filipinas.
La situación se agravaba por el discrimen cultural y el racismo de los Estados Unidos en contra de sus nuevos territorios adquiridos. Hasta el mismo gobernador y muchos de sus oficiales creían que los puertorriqueños eran vagos e ignorantes y que no tenían ningún interés en su propio bienestar. Sin embargo, no habían muchos trabajos disponibles, y el gobierno no tenía la capacidad de generar oportunidades nuevas. Mientras tanto, las siembras de café estaban devastadas por el huracán y tomaría unos 5 años para que la industria se recuperara. Los dueños de pequeñas y medianas siembras cogieron un golpe mucho más fuerte que los grandes terratenientes. El gobernador Davis creía que la solución para esta crisis sería concentrar el sector agricultural en menos manos y mecanizar la producción. Aquellos que se quedaran sin trabajo, tendrían que emigrar. A la misma vez que acusaban a la población de vagancia, desmantelaban las posibilidades de generar ingresos.
El control de los fondos de recuperación y suministros fue entregado a las clases más altas del país, para que fueran distribuídas a cambio de trabajo. Los acaudalados terratenientes le entregaban una libra de comida por miembro de la familia al día, pero solo a quienes trabajaran para ellos. El costo de vida en Puerto Rico se había disparado, mientras que los trabajadores recibían salarios miserables. Davis se rehusó a negociar con los trabajadores por mejores términos. Quienes solicitaran un aumento, no recibirían comida. Mientras la crisis crecía, las condiciones sanitarias empeoraron y como consecuencia distintas epidemias se regaron por la población. Los misioneros protestantes que llegaban a la isla, se aprovecharon de la calamidad para proveer asistencia, como manera de adquirir nuevos feligreses y crecer sus iglesias.
Eventualmente, el Congreso le otorgó a Puerto Rico $2 millones, exactamente la misma cantidad que Estados Unidos había recaudado de la isla en impuestos desde la ocupación militar. Un nuevo gobernador llegó a la isla, pero las protestas exigiendo mejores salarios estallaron. La oposición descartaba sus reclamos alegando que eran parte de una agenda socialista y amenazaron con importar trabajadores de otras islas del Caribe. Decían que si realmente había tanta miseria y desempleo en la isla, los trabajadores debían complacerse con lo que tenían.
Se reportó que los fondos de recuperación se habían distribuido de acuerdo a las afiliaciones políticas. Mientras los puertorriqueños se iban dando cuenta de las maniobras sociales y políticas detrás de todo, las críticas hacia las ayudas otorgadas incrementaron.
Sería redundante discutir los paralelos entre el 1899 y el 2017. Por supuesto que esta conversación podría terminar como siempre con el tan repetido refrán de que “la historia se repite”. Pero no pienso que eso sea suficiente. Porque eso insinúa una pura coincidencia y se eso no ganamos nada. Por si acaso, cuando digo esto, no busco en vez postular una teoría de conspiración, ni nada por el estilo. Solo me gustaría señalar un patrón. La historia nos ha enseñado que aunque los desastres son letales para muchos, son una mina de oro para unos pocos. La astucia y la avaricia de quienes tienen poder y dinero es tal, que aun en tiempos de muerte y destrucción, ellos encuentran cómo generar ingresos. “La historia se repite,” no debería ser una conclusión, sino una pregunta. Y esa pregunta es “¿por qué?”
El asunto no es solo que estos actos ocurren una y otra vez a través de la historia, sino que tienen consecuencias que afectan las próximas generaciones por siglos. No le tomó mucho a los intereses norteamericanos acaparar más del 44% de la industria agrícola en la isla. Además, al devaluar la moneda puertorriqueña más de 40% en el primer año de ocupación, llevaron a muchos a la quiebra o la deuda. Disfrazado como altruismo, nuestra gente ha sido explotada, nuestra tierra ha sido robada. Ya va más de un siglo y no ha cambiado tanto. El lucro del “salvador blanco” es la carga del resto de nosotros.
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Fuentes:
-Mar de Tormentas, de Stuart B. Schwartz
-Historia de los huracanes en Puerto Rico, de Edwin Miner Solá
-Puerto Rico: Cinco Siglos de Historia, de Francisco Scarano
-Huracán San Ciriaco en Puerto Rico, tmcaribe.com, de Eduardo Vázquez
-Historia cronológica de Puerto Rico, de Federico Ribes Tovar
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